Broken flowers

Bill Murray en Broken Flowers
Quizás en este caso, ir a pedir perdón como Bill Murray en Broken flowers no sería una buena idea.

Sábado tarde. Vuelves del supermercado, arrastrando el viejo carrito calle arriba con la rueda chirriante y de repente, los colores del cielo del atardecer y ese viento frío aún soportable y esos adolescentes cobijados en un portal te transportan veinte años atrás y te vienen a la memoria esas tardes de sábado que pasabas con tu chico en el espigón, quién sabe si dos o tres horas sentados, él respaldado en alguna gran piedra y tú en su falda, y cómo te gustaba el calor que desprendía y el olor familiar de su piel, el olor de un chico de dieciséis años, y te preguntas de qué podíais estar hablando durante tanto tiempo sin hacer absolutamente nada más. Sólo estar allí, hablando, dándoos largos abrazos y besos. Nada más.

¿Te imaginas ahora en ese espigón? Sólo de pensarlo te saltan las lágrimas y se te encoge el corazón. No, no podrías ir allí sin que te invadiera una apabullante tristeza.

Luego te viene a la memoria ese día fatídico en que tuviste que decirle que no querías estar más con él. El recuerdo es vívido: estabais sentados en un portal, delante del casino. Dicen que el que lo pasa peor es el que es abandonado (ahora lo sé de cierto), pero cuando tienes diecisiete años y sientes que quieres dejarlo y no sabes por qué, la sensación de vergüenza, desorientación y vacío es horrible. Te sientes la peor persona del mundo, pero no puedes evitar hacer lo que tienes que hacer. Esa fue la primera vez que fuiste fiel a tus sentimientos muy a tu pesar, y probablemente la primera vez que te odiaste a ti misma.

Lloraste durante días y más todavía durante el verano cuando echabas de menos las excursiones en moto hasta su casa y las tardes que pasabais los dos solos en la piscina. Evocas el fino polvo color arena del camino de tierra hasta su casa, el olor de la cocina, los cajones llenos de caramelos, los enormes invernaderos, la casucha donde ensayaba con su grupo, el ruido del cambio de marchas de su moto, ese tejado en una noche de San Juan…

Probablemente él sea feliz ahora (muy feliz por lo que puedes deducir por las fotos que ves en su cuenta de Facebook); deseas que el recuerdo de esos días que pasó contigo sea un mero anécdota para él. Que la mujer que está ahora a su lado haya borrado todo y no le haya hecho falta nunca ninguna explicación. Es más, probablemente no hayas sido nunca tan importante, ni siquiera una milésima parte. Así que, si te asaltan las ganas de disculparte, simplemente piensa: primero, él está bien; segundo: perdónate. ¿Quién puede pretender haber hecho las cosas bien cuando sólo tenías dieciséis años?

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